Olor a tinta

olor-a-tinta-Leandro-Pavon

Hoy me he despertado oliendo a tinta. Algo ha hecho click en mi cabeza y de repente he mirado el reloj para comprobar que no llegaba tarde. Normalmente me tocaban ruedas de prensa a las 10.00 horas, así que ya iba regular. Me quité el pijama y cuando andaba a medio vestir, la cordura hizo acto de presencia para recordarme que todo eso pasó hace bastante tiempo. Que ahora mi vida era otra y que el olor a tinta hacía tiempo que había desaparecido de mi día a día. Pero he sonreído al recordarlo.

Ya despierto y con el café por delante para acabar de darme algo de lucidez, empecé a recordar de dónde venía ese olor a tinta imaginario, que en otros tiempos era tan real como el desayuno que tenía delante. La mayor parte de mi tiempo como periodista lo pasé trabajando desde casa, ya fuera como corresponsal o en los múltiples proyectos digitales con los que al principio intentaba arrancar mi carrera. Pero quince de esos meses los pasé en redacciones.

Buena parte esos 15 meses estuve en un diario que tenía su imprenta en los sótanos del edificio. Eso, mezclado con la hemeroteca, con todas las páginas que pululaban por las mesas, y la tinta que se te quedaban los dedos de manejar los periódicos, creaban un aroma que muchas noches me traía de vuelta a casa (o a donde fuera). Y lejos de lo que pudiera parecer, era un aroma que embriagaba.

Asusta ver que salí de esa redacción en noviembre de 2013. Entonces tenía 26 años y juré que era la última vez que trabajaba becario. El órdago me salió bien y meses después era corresponsal. Lo que no sabía es que eso iba a suponer no volver a trabajar de forma habitual en una redacción y que quizás iba a marcar el comienzo del fin de mi etapa como periodista.

Ya con el café por la mitad, me sorprendió como un olor al que no me exponía desde hace ocho años podía volver de forma tan repentina y tan clara. Pese al susto inicial, al final me encontré sonriendo recordando todo lo vivido aquellos años de becario. Pese a lo duro (sueldo irrisorio y muchas horas de trabajo), viví mucho. Conocí a gente espectacular y pasé por experiencias que difícilmente pensé que tendría.

Viendo ya el final de la taza de mi desayuno, pensé en la actualidad. Lejos ya de ese mundo, al que dudo que regresara pese a lo que me enriqueció personalmente, me entristeció que las capacidades adquiridas durante todos esos años se hayan oxidado. Entro en esta web, mi web, y veo que hace un año que no escribo. Y me pongo delante la página en blanco de Word. Me cuesta redactar. Recuerdo que había viernes en mi época de corresponsal que podía escribir (y maquetar) cuatro páginas sin problemas. ¿Qué pasa?

Cuando dejé el periodismo y me embarqué en mi aventura madrileña me prometí no dejar de escribir. Es más, en el trabajo uno de mis cometidos iba a ser ese. Eso no salió bien y mi baja autoestima ligada a un empleo que destruyó mis ganas de escribir por diversos motivos, hicieron que me alejara de lo que hasta entonces era lo que mejor se me daba. Y lo hice hasta el punto que cuando me tocaba redactar un texto para lo que fuera, me creara una ansiedad inusitada.

Y aquí estoy. Divagando en la hoja en blanco del Word sobre un mal despertar que se convirtió en un grato recuerdo. Parece mentira la época en la que podía escribir sobre mil temas diferentes. Ahora me encuentro vacío. Sin nada que escribir. Con ganas de tener ganas de hacerlo, pero consiguiéndolo en raras ocasiones. Y bueno, esta vez mi cabeza me ha boicoteado con olores casi olvidados para que me ponga a ello, aunque sea un texto vacío. Tendré que darle las gracias por ello. O eso creo.